¿Cómo vivió el ascenso Raquel Gómez Blanco?

Aquel 22 de abril no se me olvidará jamás, igual que me pasa a mí, le pasa al resto de blanquivioletas. Por ese año todavía no era socia pero iba a Zorrilla cada vez que podía y que me dejaban.

 El Real Valladolid estaba matemáticamente en primera división en el mes de abril. Desde el principio de temporada el equipo dio muestras de que el ascenso iba a ser factible pero nadie imaginaba –yo por lo menos, no- que consiguieran de esa manera tan espectacular el objetivo.

Recuerdo que vi el partido con mi padre, como todos los partidos del Pucela. Yo estaba muy tranquila porque estaba convencida de la victoria, pero a la vez, según se acercaba la hora del inicio, un escalofrío recorría mi cuerpo de arriba abajo, esas mariposillas que afloran cuando hay un partido especial de por medio. Eso sí, envidiaba a todos aquellos que paseaban por tierras tinerfeñas con una camiseta blanquivioleta… ¡cómo me hubiera gustado estar en el Heliodoro aquella tarde de ese 22 de abril de hace cinco años! Comienza el partido y las gargantas de los aficionados pucelanos no paraban de animar, yo, desde la distancia, no paraba de sonreír. Una sonrisa que se acrecentó pasado el minuto veinte. Gol. Marca Víctor, el gran Víctor Fernández que esta misma semana ha anunciado su retirada del fútbol y que es ídolo de tantos aquí en Valladolid. Ese gol ponía por delante al equipo de Mendilibar. Lo celebro saltando y sonriendo sin parar abrazo a mi padre. Esa sonrisa que no se borró de mi cara yo creo y sin exagerar en toda la semana. La gloria estaba más cerca. El partido fue muy normal, tranquilo y calmado. Según avanzaba el reloj veía ese brillo en los ojos de mi padre como pocas veces lo había visto.

Cuando el choque ya estaba finalizando, Manchev puso la puntilla al Tenerife y dio el último empujón que nos faltaba. El Real Valladolid estaba en primera.

Mi padre y yo nos miramos y nos abrazamos, yo sólo podía decir: “¡¡qué grandes son, lo han conseguido!!”. La felicidad no podía ser mayor. Se había subido sin sufrir, batiendo todos los récords, con un equipo y un vestuario ejemplar, una piña que había conseguido aupar al Pucela donde se merece, ni más ni menos.

A los pocos días, después de llegar del instituto vi que tenía un regalo. Era la camiseta morada con el número uno en el pecho y con los nombres de todos ellos. Curiosamente, esta semana abrí el armario, me la encontré y me la puse. Estoy segura que dentro de menos de dos meses volvemos a tener otra como esa. Aunque no sea como ese año, aunque no se vuelva a repetir ese 22 de abril, este año volveremos y ojalá que sea en Zorrilla, se merece –todos nos merecemos- vivir un ascenso en nuestro estadio, un Zorrilla con treinta años de vida.
Artículo de @RaquelGomezRV

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