El 4 de abril de 2010 el Real Valladolid era casi más un equipo de Segunda División que de Primera. La derrota ante el Villarreal [VER CRÓNICA], pero sobre todo, el claro divorcio entre un sector importante del vestuario y la grada, hacían presagiar que las ocho jornadas que restaban para el final de campeonato serían duras, estos partidos se harían muy largos para el conjunto entrenado por Onésimo Sánchez. Pero tras el pitido final las cosas cambiaron mucho en el equipo blanquivioleta.

En la misma rueda de prensa que se produjo tras el encuentro, Onésimo pidió su marcha. El vallisoletano no se veía capacitado para sacar al equipo de la situación en la que estaba, y Carlos Suárez le tomó la palabra y le retiraba la confianza que en febrero había depositado en él. Onésimo se marchaba, pero el equipo necesitaba un entrenador para pasar las jornadas que restaban con la máxima dignidad. Era eso lo que se buscaba, porque los rumores apuntaban a un comienzo de planificación de cara a la próxima temporada dentro de las oficinas del José Zorrilla, y es que se asumía el descenso. Pese a esto había que buscar a alguien para llevar a cabo el difícil cometido de resucitar en la manera de lo posible al muerto que era el equipo. Y la directiva del Real Valladolid pensó en Javier Clemente. El vasco es sabio y más en situaciones como estas. Por ello fue el elegio, porque con su llegada se quería dar un golpe de efecto en la plantilla. Un cambio de rumbo que se consiguió pues siete jornadas después de su llegada, el Real Valladolid está fuera de descenso, y depende de su partido para continuar una temporada más en Primera División. Es cierto que el partido es el Camp Nou y que el Barcelona se juega la Liga, pero es tan cierto como esto, que cuando el 6 de abril, Clemente llegó al José Zorrilla, toda la afición hubiera pagado por haber llegado a Barcelona jugándose la vida.

La salvación es complicada, no hay que engañar a nadie, pero es posible. Se puede conseguir y la afición debe morir en el apoyo al equipo. ¡¡Aupa Pucela!!

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