¿Cómo vivió el ascenso Ruth Rodero?

Me había perdido el descenso. Esa era una espina que llevaba clavada. No había podido estar en Zorrilla y ver cómo la ilusión se desvaneció por momentos. Cómo la alegría de los goles ante el Villarreal se transformaban en lágrimas con el paso de los minutos.

El destino, caprichoso, me había mandado precisamente a Castellón ese fin de semana. Sufrí en la distancia, sola, sin un hombro blanquivioleta en el que apoyarme para llorar y encima aguantando las burlas de quienes, sin ser del ‘submarino amarillo’, encontraron en mí el centro de una diana donde lanzar sus dardos envenenados.

Con este último recuerdo de Primera División la travesía por el infierno de segunda se me hizo aún más larga.

Si tuviese que catalogar el año 2007 de manera personal diría que ha sido el peor año de mis 26 años de vida. No empezó mal, pero a partir de ahí todo fueron malas noticias, todas salvo una: mi Pucela.

Parecía claro que era el año del ascenso, íbamos directos a primera sin tener pensado hacer escala en ninguna parte del camino. Pero cuando se trata del Pucela la prudencia me puede. No podía ser tan fácil, en algún momento nos llegaría el bajón, era imposible no perder algún partido. Eso pensaba yo, ilusa de mí. Sin embargo, los chicos de Mendi no tenían ganas de emociones, mi corazón se lo agradece eternamente.

Y así nos plantamos en el 21 de abril, día antes del ‘día A’ (de ascenso, de alegría…) El destino había vuelto a colocar entre mi equipo y yo un porrón de kilómetros insalvables. Pero esta vez me servía, no iba a ser lo mismo celebrar un gol de ascenso escuchándolo a través de la radio que en el Zorrilla, pero no importaba. No quería que dejasen escapar la oportunidad, como si el fallar ese día supusiese que el bajón llegaba cuando el sueño estaba casi en la palma de nuestra mano.

Antes de irme a dormir colgué la bandera del Pucela en el armario y dejé que tapase mi cama. Recuerdo haberme despertado un par de veces durante esa noche y recuerdo perfectamente que, una vez en pie ya en el ‘día A’, las horas pasaron muuuuuy lentas.

Supongo que cada persona tiene unos rituales cuando se trata de su equipo de fútbol. El mío es escuchar los partidos sola, en mi habitación, casi siempre haciendo cosas. El ‘día A’ únicamente me dediqué al partido y hablar por msn con mi amiga Sara, de las Palmas Gran Canaria. Tengo un don, poner nervioso a cualquiera a cuenta de un partido de fútbol . Aunque no sea del Pucela y aunque en muchas ocasiones ni siquiera le guste este deporte. Sara, pobrecita mía, se puso el partido en la radio para poder soportarme. Llevaba toda la temporada diciéndome: “te veo en la fuente” y yo siempre le decía que no corriese tanto.

Y comenzó el partido. Supongo que como todos los pucelanos el adjetivo ‘nerviosa’ era un simple eufemismo para describir cómo me encontraba. Paseos por la habitación como si fuese un oso enjaulado, miradas a la bandera colgada del armario, retorcía la bufanda… si el tiempo hasta ese momento había ido despacio de pronto parecía haberse parado. Solo quería que el Pucela marcase un gol y el árbitro pitase el final del partido.

Y sí, el gol llegó, y no sé por qué ni siquiera me salió un grito, los nervios me tenían atenazada y el gol solo consiguió ponerme más nerviosa. Mira que si nos empataban en el último momento y se nos quedaba cara de tontos…

 Pero ahí estaba Manchev, del que ahora pocos nos acordamos, para marcar el segundo. Y entonces sí, entonces sí chillé. Y oí cómo mi abuelo chillaba desde el salón (él fue el culpable de que yo sea del Pucela, estoy segura). En ese momento estaba claro que ya no se nos iba a escapar. Y seguía nerviosa, pero eran otros nervios.

No había querido ir hasta la plaza Zorrilla a escuchar allí el partido porque no quería que se nos gafara. Había que hacer lo mismo que en los partidos anteriores. Pero cuando el árbitro pitó, cuando se acabó la travesía por el infierno estaba claro el destino. Camiseta del Pucela, chándal del Pucela, bandera, bufanda y a la plaza. Hasta el buen tiempo acompañaba.

Recuerdo haber corrido por la calle chillando para abrazarme con una amiga también vestida de blanquivioleta, recuerdo coches pitándonos y muchos signos de victoria. Recuerdo el baño en la fuente, recuerdo cánticos, abrazos, más coches con banderas del Real Valladolid que tocaban el claxon cada vez que se cruzaban con alguien que llevaba algo del equipo.

Se oía a la ciudad. Es la primera vez que tuve esa sensación. La primera vez que realmente Valladolid era del Pucela, recuerdo aquel día como el día en que el cielo se volvió blanquivioleta.
Artículo de @RuthRH9

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